Lejos de nosotros están aquellos tiempos donde niños y adolescentes, hoy ya padres y tíos de los jóvenes de mi generación, coleccionaban las revistas procedentes de la antigua Unión Soviética con el fin de encontrar un amiguito por correspondencia en el gigante país europeo.
Una vez establecida la afinidad con algún “ruso” contemporáneo, comenzaba un fraterno intercambio de sellos de cosmonautas, postales de estepas otoñales y poemas y canciones traducidos en una y otra lengua, tesoros que mami escondía celosamente de sus destructores hermanos.
Por supuesto, con el tiempo que tomaba escribir una carta, reunir los pequeños souvenirs, franquear el envío y rezar en secreto para no perder el sobre en uno de los tantos kilómetros entre Cuba y Europa, posiblemente ni el más hablador y sociable de los cubanos se decidiera a tener más de uno o dos amigos.
¿Imaginan qué complicada sería la comunicación con mis 300 y tantos “amigos” de Facebook, si nuestra interrelación dependiera del servicio postal? Por eso hoy asistimos a las redes sociales y no a las oficinas de correo, nos enviamos e-mail y no cartas, coleccionamos power points sobre el poder de la amistad, y en vez de tarjetas de cumpleaños nos felicitamos con solicitudes de FarmVille y Drink it Up.
Porque las redes sociales permiten la maravillosa comunicación en tiempo real; porque ya Europa no está tan lejos si todos los días puedo charlar con un amigo mientras hace su doctorado en la antigua República Democrática Alemana; porque además ponen a nuestra disposición todo un caudal de regalitos electrónicos para obsequiar a los amigos al instante, sin salir de la oficina.
Pero ojo, aun sus indiscutibles ventajas esconden otra cara que no solemos ver porque es un rostro deforme, producto de nuestra propia incapacidad como seres humanos para escapar de la enajenación y la conformidad. Es el rostro que adquiere cuando dejamos de ser nosotros mismos para vivir a través de un alter ego electrónico, estableciendo relaciones interpersonales que en el fondo, apenas son un intercambio de impulsos eléctricos en la autopista del ciberespacio.
La amistad es más que enviar solicitudes, aceptarlas, dar un toque o etiquetarnos en fotos comunes. El Amigo de “en las buenas y las malas” requiere tiempo, requiere dedicación, requiere entendimiento mutuo, y eso hasta Mark Zuckerberg debió aprenderlo luego de la polémica judicial a la que lo llevó la creación de Facebook.
¿Llegaron para quedarse? Pues claro, y que lo confirmen los miles de millones de usuarios de las redes en el mundo. Eso sí, queden para expandir nuestros horizontes como seres sociales y no para fundar “comunidades virtuales” de individuos potencialmente aislados frente a la pantalla de la computadora.
Nunca olvide que la palabra web, en inglés significa telaraña, trampa natural para atrapar a los incautos, ignorantes de los peligros latentes en los bellos hilos de seda tejidos inocentemente desde la pancita de la araña. Y que una Happy Smile (Carita sonriente) jamás podrá sustituir la magia de la risa en vivo, la emoción de un ¡Qué feliz estoy de verte!
Lindo e inteligente comentario!!!!
ResponderEliminarCarlos Alberto
Lianet: ¡Qué feliz estoy de leerte! Y de comprobar que un no sé qué hizo el milagro de que impulsaras tu blog, como tantas veces te pedí. Imagino estés disfrutando esa decisión tuya. Me alegro porque yo me creo ("creyente" que soy) un amigo de verdad.
ResponderEliminarHola nena:
ResponderEliminarMe encanta visitar de tu mano virtual esa ciudad tan querida y defendida por sus hijos... Un beso grande y envía enlaces al FB para visitarte con más frecuencia... Continúa...