Un mar de gente, o más bien un río si se tiene en cuenta la
impronta de esas corrientes en el asentamiento y fundación de mi ciudad, fluyó
tras las comparsas y las congas que abrieron el San Juan Camagüeyano el día 23.
Beneplácito para mi gente que espera todo el año por tan sagrada festividad,
que no por profana deja de parecer enorme congregación de fieles al trago fácil
y socialmente aceptado, y a la rumbantela copiosa que el camagüeyano reserva
celosamente para los días de carnaval. Era apenas un adelanto de lo que nos guardan
los tradicionales paseos de los días 25, 26, y 28, pero en la calle Cisneros ya
las caderas bailaban y los estribillos convocaban, porque sabían que, amén de
crisis, austeridades y remodelaciones, el San Juan estará siempre para
alegrarnos un poquito más los corazones.
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